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16 de julio de 2009

la oficina

Desde el sábado no hago otra cosa que montar bastidores y preparar lienzos para acometer la siguiente fase del proyecto. Es un trabajo que al principio es ilusionante. El olor del lienzo preparado es algo especial, que me transporta a mi primera juventud, cuando cada uno era un mundo por descubrir, un gran folio en blanco donde escribir la siguiente historia. Pero he preparado ya tantos, que llega un momento en el que se hace tedioso y estás deseando terminar para agarrar los pinceles de nuevo.
Es en ese instante cuando entiendo la desazón del oficinista que mira una y otra vez el reloj esperando la hora de salida. También entiendo por qué los pintores, cuando se lo pueden permitir, contratan ayudantes que los alivien de esa tarea y de otras, como limpiar los pinceles todos los días. Por ahora no es mi caso, y me tendré que seguir conformando con el recuerdo que emana el olor del blanco del lienzo virgen.








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